Aunque no lo proclame la ley de ese desconocido Murphy, todos intuimos que la cantidad y la calidad se entienden mal y alguien debiera indicarnos de vez en cuando, que si hablamos demasiado, o demasiado continuo, o continuamente de todo, o de todo ilimitadamente, la calidad de nuestros mensajes estará al nivel de la verborrea y nos aburriremos hasta a nosotros mismos aunque jamás lo reconozcamos en público.
Quizás por eso, atendiendo a esa cita remarcada en mi agenda, cuando voy a escuchar las murgas -mejor la murga- que sobreviven en Segorbe me encuentro con todo lo contrario, el mensaje que musicalmente lanzan, al estar elaborado durante un año completo, al no ser repetitivo hasta lo cansino, al descubrir con ingenio el tarquín de las cloacas, destila esa bárbara ironía que reclaman los carnavales.
Y es curioso, extremadamente curioso, que en esta ciudad en la que la tradición de los carnavales murió con la guerra civil, sobreviva una murga -en años algo anteriores fueron varias- capaz de divertirse y hacer divertidísimas un par de horas de denuncia sobre las alucinantes situaciones disparatadas que nos ha tocado sobrevivir en el 2014.
Los espectadores allí congregados, entrábamos a una sesión de risoterapia contundente y continuada. Nos encontramos con una tribu africana, casi masái, capaz de ritualizar sus risas y ocurrencias, con ese inconmensurable hechicero que es Juan Plasencia y un elenco (tan irreconocible como recomendable) de negritas: Masái Rodana, Masái La Rata, Masái Tristán…pueden continuar imaginándose el etc., acompañados de una continua percusión sincopada de tam-tam y congas, que es capaz de convocar ¡cómo no! al pigmeo Nicolás, para guisar en la olla tribal a esa repudiada miscelánea de personajes, presuntamente culpables por su falta de escrúpulos ¡siempre económicos! de derribar los cimientos del estado de bienestar que conocíamos.
Estos jovenzuelos/as se merecen un reconocimiento popular más amplio, se merecen un auditorio a reventar -llegaríamos esta noche a superar el medio aforo- por su dedicación y su espontaneidad premeditada. Con ese fin me permito rematar el artículo, convocándoles -tal y como ellos nos convocaron a los allí presentes- a la próxima actuación allá por el año próximo, lo cual aunque parezca lejano, a ciertas edades ya lo vemos a la vuelta de la esquina. Y es que la calidad cálida, una vez al año, no hace daño.
Manuel Vte.Martínez/Segorbe