Amparo Gimeno Pastor – Foto:José Plasencia Un cebollín a destiempo
Como ya estamos en plenas fiestas falleras, os voy a relatar una divertida anécdota que me sucedió siendo muy joven, y en una “mascletà”. Para ello he de poneros en antecedentes, pues sin ellos, os perderéis un poco.
Estudié la F.P. de Administración de Empresas, en pleno barrio de Ruzafa, en Carlos Cervera. Además, lo estudié un poco forzada por las circunstancias, tras haber repetido dos veces, 2º de BUP, en un determinado colegio de monjas, de Valencia. Mis padres, lo consideraron oportuno que realizase dichos estudios, para no ir por la vida, sin una buena formación académica que me proporcionara un buen empleo. Cosa que no ha sido así, pero por la coyuntura económica general. Pese a no agradarme nada mis estudios de administrativa, me saqué el 1º Grado a trancas y barrancas. Estancándome, otra vez, en el 1º de 2º Grado. Y en este último año, fue cuando me ocurrió esta simpática anécdota.
Bueno, ya que os he puesto en antecedentes, paso a relataros el jolgorioso chisme. Fue por ahora, en plena fiestas falleras. Los jóvenes de la época, nos “pelábamos” las clases, para asistir a las “mascletàs”, sin pedir el subsiguiente permiso a nuestros progenitores. Además, yo ya era mayor de edad, y pocos permisos debí de haber pedido. Y ya me meto en harina. Tras asistir a las tres primeras horas lectivas, decidimos irnos todos a ver la “mascletà” de ese día. Pero antes, nos pimplamos, las cervecitas de rigor.
Al llegar a la Plaza del Ayuntamiento, yo iba algo tocadita, sin haber ingerido ningún alimento desde el desayuno. Hacía un calor horrible, como ahora. Y además, ese día, ofrecían de aperitivo, una copitas de “Marie Brizard”. Ya sabéis, el famoso anisete francés, con un ligero toque a naranjas. Yo no me tomé una copita, sino dos. Más lo que ya llevaba en el cuerpo… Y ya no recuerdo más. Sé que me llevó una amiga, a un bar a que bebiese un café con sal, un poco de tabasco, y mucho hielo en la cara. Ver la “mascletà”, no la vi. Ya tenía bastante con mi propio espectáculo pirotécnico-alcohólico en mi cabeza. Pese a todo, regresé enterita a mi casa. Y mis compañeros, suplicaron a dos hermanos gemelos, que no se chivarán del asunto a los directores, para que nos dejaran salir al día siguiente, en la “mascletà” de esa jornada.
Bueno, pues los susodichos gemelos, incumplieron su promesa, y al día siguiente me cayó la del pulpo Pol: “¡Je, je, Gimeno, que ya nos hemos enterado de lo bien que te lo pasaste ayer, je, je!”, “¡Caray, Gimeno, ayer empinamos un poco el codo, eh!”… “¡Amparo, no te dio vergüenza lo que hiciste ayer! ¡Que eres la más mayor de tu clase, y debes de dar ejemplo a tus compañeros, inconsciente que eres una inconsciente! ¿Y tus padres, saben lo que sucedió, Amparo?…” Mis padres se llevaban bastante bien con la directora del centro. Pero, supieron nada de nada, monada. Tras disculparme con la directora, intercedí ante ella, por mis compañeros, que asistimos todos a la “mascletá” de ese día. Eso sí, le juré a Blanca, la directora que no volvería a beber en mi vida. Ella a su vez, me prometio no dar el parte a mis padres, si mantenía mi promesa de no beber, en lo que quedaba de curso. Los que se quedaron castigados, por chivatos fueron los famosos gemelos E. Y sus amigotes, también fueron castigados.
Cuando años más tarde relate esta divertida anécdota a mis padres, se rieron mucho. E incluso me felicitaron por haber llegado a casa, sobria. Y es que no es lo mismo, que lo sepan de adulta, tus correrías, que de joven. En fin, que me quiten lo “bailao”. O lo “pimplao”, en este caso. Ale.