Una excursión con enigmas
Entre los muchos recorridos que el entorno de Segorbe me ofrece para gozar de un paseo-excursión, no dudo en elegir uno por el que siempre me aparecen los más diversos atractivos. Cuando tengo en el ánimo el tiempo necesario, dejo que mis andares discurran hacia el camino de Agustina para ver unas paredes llamativas y diferentes de nuestro conocido pico Nabo, no desprecio el meterme dentro de la hojarasca fresca de los enormes chopos y cañaverales salvajes, para saborear el trago de agua no clorada de la fuente de Morón y luego, refrescada hasta mi conciencia se me presenta un humilde puente que cruza el río Palancia… Allí me entran las dudas… Seguir subiendo por el margen izquierdo o atravesar el río y continuar por la orilla derecha… Que nadie vea una elección política, no seáis malos/as, que dentro de cada uno de nosotros/as hay un pequeño Maquiavelo, pero suelo decidirme por el itinerario derecho… Desde allí puedo ver a la otra orilla del río la casica de la reina, poseedora de una atractiva leyenda; el magnífico y colosal ejemplar de alcornoque solitario sobreviviendo en una tierra caliza; los restos de un envejecido e inacabado canal que debiera llevar el agua a Sagunto y por alguna razón para mí enigmática quedó inacabado; también me siento más libre entre la espesura variada, verde y multicolor del mejor bosque de ribera de la comarca, hasta alcanzar el principal premio natural que pueda recibir: La cascada, las fuentes, las rocas encajonando el río, esas cejas vegetales que pueblan las paredes del Salto de la Novia… No han conseguido todavía los económicamente ruinosos parques temáticos construidos por toda la geografía española, ofrecer el encanto y las emociones interiores que este lugar despierta…

Salto de la Novia. Fotos:J.Plasencia.
Pero cuando elijo este paseo sé que tras superar Morón y vadear el río Palancia voy a estar transitando por una propiedad privada. Se encargan de recordármelo los llamativos carteles, las gruesas cadenas y algún murete que el propietario ha colocado -aún sabiendo que es una batalla perdida, porque el desfile de excursionistas inconscientemente transgresores es numeroso e inacabable- para que conozcamos todos los transeuntes que aquellos bancales incultos son suyos, que tiene un título legal de propiedad, que ninguna administración pública ha querido pagar unos pocos euros para trazar una de las más bellas excursiones que el valle ofrece y, al tiempo, colgarse una medalla medioambiental. Para mí es algo tan misteriosa esa innacción como el canal un poco más arriba inacabado. Pero me encanta la lucha desigual que ese propietario minifundista afronta sin desánimo desde hace décadas contra instituciones y ociosos que circulamos. Mi carácter me habría llevado a abandonar hace tiempo una lucha similar, por eso admiro más esa energía eléctrica que le mantiene, porque abrir tus brazos ante el universo cuando tienes la razón, requiere una firmeza que el tiempo nos logra erosionar…
Ahora, que están tan de moda las minúsculas aportaciones para alcanzar un gran fin -todo el mundo usa para nombrarlo un anglicismo que me niego a poner- quizás debamos los usuarios colocar una alcancía de esas que ya nadie usa, e ir depositando nuestras voluntades o frases de apoyo hasta que el dueño, que aunque lucha contra gigantes no se llama David, se sienta compensado.